En los 90´s Fukuyama
proclama el fin de la historia solo unos cuantos años después de la caída del
muro de Berlín, había triunfado el capitalismo, Bosnia, Kosovo y el Golfo
Pérsico parecían entonces solo un espectáculo de luces en los noticieros, Jean
Baudrillard llegara a decir que esta última no había tenido lugar, y aunque
terribles, no lograban que la apática generación X guardara dentro de sí una
meta teleológica más allá de ver Beavis and Butt-head en MTV, resulta difícil
culparlos cuando, a pesar del triunfo nadie creyó en él, para entonces los
Grandes Relatos habían caído, no era la razón, ni el capital, ni la igualdad,
ni había ya Una Verdad. Desgraciadamente, aunque pudiéramos pensar que la
sustitución de una Gran Verdad por pequeñas verdades o micro-relatos
particulares daría lugar al respeto y diversidad, el perder la brújula
ideológica paradójicamente ha ido construyendo una nueva Verdad nihilista, así,
cuando escucho Smells Like Teen Spirit lo que escucho es un himno a la ausencia
de sentido.
Sin embargo no todo
en los 90´s fue malo, y como ejemplo en esta ocasión esta American Beauty
(1999), película dirigida por Sam Mendes y escrita por Alan Ball, en esta
Lester Burnham atraviesa una crisis de la edad donde al liberarse de su estilo
de vida suburbano y monótono realizara una serie de cambios en su vida que
afectaran las relaciones existentes con su familia y sus vecinos los Fitts, implícitamente
hará una sátira al sueño americano, de cierta forma me recuerda otro producto
noventero, Fight Club, donde directamente se atacaba al consumismo, Por su
parte American Beauty parece juzgar duramente la serialización de la
subjetividad orientada entonces a la banalidad de la moda, la música pop, el
trabajo asalariado, el éxito y demás aspectos de la vida que en su actuar
cotidiano llegan a resultar ridículos cuando al no existir una gran Verdad esos
ideales no son garantía de alguna clase de felicidad, sino de vulgaridad y
estupidez al volver a las masas a-críticas, sin embargo esto igualmente nos
conduce a cierto cinismo respecto a lo que pudiera realizarnos como personas,
pareciera que no hay forma de sortear el teatro de lo absurdo que se cierne
sobre nosotros, sin embargo la película parece resolverlo por medio de la
reconciliación con los pequeños momentos fugaces que dotan de algún sentido a
la vida, apreciando los detalles y la belleza sutil oculta en lo cotidiano.
A pesar de lo anterior,
quizá debamos verla desde a través de una retrospectiva, puede que durante los
noventa la clase media estadounidense se considerada perdida en un bucle de
superficialidad y frustración, sin embargo la antítesis a Fukujama llegaría el
11 de septiembre de 2001, el ataque a las torres gemelas, la subsecuente
aprobación de la ley patriota con sus efectos en la población y la llamada
"Guerra contra el terrorismo" donde Bush clamaba tener a Dios de su
lado parecen retomar del modernismo las grandes verdades en favor de la lucha
contra una otredad que con su existencia amenaza su consolidación como
hegemonía. De cierta forma este evento despertó a los occidentales a la
realidad de la existencia de otra civilización que ante el avance del
imperialismo se recrudecieron, al intentar ser borrados simbólicamente
reaparecieron en lo real de forma impactante, en vivo y ante millones de
personas, ya no como luces sino impacto en la cotidianidad, pues habían atacado
el corazón de occidente. El enemigo terrorista podría estar donde sea y ser
cualquiera, despertando entonces una paranoia que sustituiría el desencanto por
el porvenir.
Desde entonces, las
crisis económicas como griega y española, el rescate a los bancos, las
políticas neo-liberales, la primavera árabe, las guerras en medio oriente, el
terrorismo y demás hacen parecer a los noventas como una época ingenua ante las
amenazas que pronto se abalanzaron sobre ella. Siendo así resulta un tanto
absurda la idealización a la masturbativa autocontemplación con la que la película
cierra. Ricky Fitts en la película suele grabar la "Vida bajo las
cosas" y en esencia eso es aquello que se ha idealizado en la actualidad,
la reconciliación con lo cotidiano ha llegado al punto del ridículo con redes
como Instagram donde bientencionadamente se muestra un compendio de esos
delicados momentos que se llegan a perder como lágrimas en la lluvia si no son
capturados, pero lejos de ser un zoológico fantástico es un síntesis de la
nueva banalidad occidental donde el zoom a gotas de roció matutino y las ramas
de los árboles secos se han elevado a evocaciones psudo-poéticas de
adolescentes pretenciosos sin realmente un mensaje que dar, es la imagen sobre
el discurso o incluso un discurso de imágenes vacías. Por su parte Lester es un
anti-héroe cínico, sabe que la imagen se privilegia por encima de la sustancia
y hace ejercicio no por salud sino para verse bien desnudo, es notorio como el
negocio de esculpir el cuerpo ha ido en aumento con la apertura de tantos gimnasios
y dietas proteínicas o veganas, es como si se hubieran rendido en intentar
conocer al otro, o siquiera tener un interlocutor y todo rito o vuelta en la
seducción se hubiera vuelto tan superfluo que finalmente fue desechado y los
match en las fotos de aplicaciones de citas fueran más importantes.
Ahora no tenemos la
excusa del desconocimiento. Tal vez amamos tanto las imágenes de bolsas
bailando al viento porque ya no es tan fácil encontrar sonrisas en los
cadáveres.